« Así Dios quiso el mundo, de darnos a su Hijo Unigénito ».
Estas admirables palabras las vemos brillar sobre la choza del infante de Belén donde Cristo nació sobre de un jergón de hojas.
Las vemos imprimidas sobre la pobre casita de Nazaret donde Jesús trabajó por nuestro amor. Las vemos allá en el pretorio de Caifa, de Herodes, de Pilatos, donde el inocente Jesús sufrió por nuestro amor.
Sin duda si Nuestro Señor nos hubiera querido solamente hasta la cruz, hasta dar la vida para nosotros, ya habría sido una prueba de inmenso amor, pero el Dios quiso hacer más. El Corazón de Jesús es Corazón divino, y Dios es eterno y también su amor no puede morir: " Yo estaré con vosotros hasta a la consumición de los siglos."
¿Pero de qué manera, o Jesús, quedará con nosotros? ¿Si tú mismo has predicho tu muerte, tu salida de esta tierra?
En la noche misma en la que uno de sus amigos más íntimos, un apóstol suyo, Judas, lo traicionó, en la noche en que sus enemigos azuzaron la plebe, reunieron falsos acusadores, armaron soldados por su captura, mientras que los Judíos gritaron: " No tiene que reinar sobre de nosotros, es digno de muerte... tenemos que sacarlo del mundo... ", Jesús, allá, en el Cenáculo, circundado por sus Apóstoles da una prueba solemne de todo su amor para los hombres.
" No os dejaré huérfanos, exclama, pero siempre estaré con vosotros." Una vez más aquel Corazón adorable, lleno de amor, se conmueve, piensa en las almas que necesitarán nutrimento espiritual; qué necesitarán de Él y de su fuerza y entonces decide darse como nutro. Hacia la mitad de la cena, tomò el pan, levantó los ojos al cielo, lo bendijo, lo partió y lo distribuyó a los Apóstoles diciendo: " Tomáis y comeis; éste es mi Cuerpo." De manera parecida hizo del vino que distribuyó diciendo: "Tomáis y bebéis, ésta es mi Sangre; cada cada vez que haréis este, haganlo en mi memoria."
Asì fue cumplida la institución del Sacramento del amor, el Eucarestia, el Sacramento que hace vivir entre nosotros a Jesús, también después de suya subida al cielo.
Los enemigos mataron a Jesús, suscitaron persecuciones de cada género, buscaron cada medio para sacarlo de medio a los hombres, pero todo fue inútil.
¡Cristianos, cuántas veces allá de aquel tabernáculo Jesús nos invita al banquete divino! acerquémosnos a él. Alegrémosnos de estar en el número de los fieles convidados que el Dueño ha introducido en su casa. Allá olvidaremos nuestras tristezas y escucharemos
del Corazón de Cristo sus divinos consejos, allá recibiremos la fuerza, el vigor para vencer a nuestros enemigos y caminar más rápidamente por la calle de la virtud.
¡Jesús Eucarístico, sol resplandeciente y ardiente de amor, brilla en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestras familias, en el mundo entero, y nos haces amar Dios ante todo y el próximo como nosotros mismos!
-San Clemente I Papa y mártirFue el tercer sucesor de san Pedro en la silla romana y ordenado por él mismo; siendo obispo de Roma gozó de ilustre fama por sus colaboraciones con...
-Solemnidad de Jesús Rey De gran tiempo se ha usado comúnmente llamar a Jesús Cristo con el apelativo de Rey, por su cumbre grado de excelencia, que tiene de modo superior entre...