Cuando el Papa Gregorio comenzó a planear la evangelización de Inglaterra, aquel país era aun pagano, en su mayor parte, si bien en el sudoeste quedaban restos de esfuerzos misioneros. Para encabezar esta importante misión, Gregorio escogió a Agustín, prior del monasterio de San Andrés de Roma, del que Gregorio había sido fundador. No se sabe nada de la vida de Agustín anterior al año 596, cuando, con un grupo de monjes benedictinos emprendió el viaje hacia el norte, desde Roma. Llevaba cartas de recomendación para varios obispos galos. Al llegar a Provenza, los monjes que acompañaban a Agustín temieron los peligros que les esperaban. Se contaban historias alarmantes acerca de la ferocidad de los paganos y del azaroso cruce del Canal. Los monjes persuadieron a Agustín de regresar a Roma y pedir permiso al Papa para abandonar aquella empresa. Mientras tanto el Papa había tenido noticias de que el pueblo de Inglaterra r también algunos de sus jefes y reyes estaban dispuestos a recibir bien a los misioneros cristianos. Después de que el Papa Gregorio le dijo esto a Agustín y tras haber discutido con él acerca de aquella situación, Agustín se reunió con sus compañeros y les infundió su propio valor. Llevando consigo a varios francos para que hicieran de intérpretes, el grupo cruzó a salvo hasta llegar a la isla de Thanet, dentro de los dominios de Etelberto, rey de Kent, a quien anunciaron oficialmente su llegada, así como el propósito que traían.
Etelberto era todavía pagano, pero su esposa, Berta, hija del rey Chariberto de los francos, se había convertido al cristianismo.
Sentado a la sombra de un frondoso roble, Etelberto recibió a los misioneros. Después de escuchar atentamente sus palabra, les dio permiso para que predicaran a sus súbditos. También les otorgó una casa en Canterbury junto con el uso de la pequeña iglesia de piedra de San Martín, aue databa del período de la ocupación romana. Esta iglesita había sido antes el oratorio de la reina Berta y de su confesor Liudhard. Etelberto se convirtió y fue bautizado en Pentecostés del año 597. Después de tan prometedor principio Agustín regresó a Provenza para ser consagrado obispo de Vergilius, metropolitano de Arlés y legado papal para las Galias. A su regreso, unos diez mil súbditos de Etelberto fueron bautizados en el río Swale.
Agustín, muy conmovido por el éxito de su misión, mandó a dos de sus monjes a Roma para dar cuenta al Papa y pedir mas ayudantes. Igualmente deseaba que el Papa le aconsejara sobre varios problemas. Cuando los monjes estuvieron de regreso a Inglaterra con un grupo nuevo de misioneros, trajeron consigo el pallium para Agustín. Entre los monjes de este nuevo grupo se hallaban Mellitus, Justus y Paulinus, quien después llegaría a ser arzobispo de York. Con estos «ministros de la Palabra ?escribió el venerable Beda? el santo Papa envió todo aquello que se necesitaba en general para la adoración divina y el servicio de la Iglesia, como vasos sagrados, ropa de altar, ornamentos para iglesias, y ropajes para sacerdotes y clérigos, así como muchos libros». Este último capítulo era especialmente importante, pues los libros ayudaron a inspirar aquel gran amor de saber que caracterizó a la iglesia inglesa.
Gregorio mandó a Agustín un plan desarrollar una jerarquía eclesiástica y establecer una organización de trabajo por todo el país, plan que no fue del todo llevado a cabo durante la vida de Agustín. Debía haber una provincia del norte y una del sur, con doce obispos sufragáneos en cada una de ellas. En una carta a Mellitus, que se transcribe anteriormente en la vida de San Gregorio, dio instrucciones sobre otros puntos, dando muestras de su habilidad administrativa así como de su considerable psicología. Los templos paganos, en la medida de lo posible, debían ser conservados y cristianizados. Los ritos de consagración y fiestas de los mártires debían reemplazar a los festivales gentiles; pues, según escribía Gregorio sabiamente: «aquel que quiera subir a una alta cima debe ir paso a paso, no a brincos». En el año 603, Agustín reedificó y volvió a consagrar la iglesia de Canterbury y la casa que le diera el rey Etelberto. Estos edificios formaron el núcleo de su catedral metropolitana. En el año 1067 fueron destruidas por el fuego, y la actual catedral, comenzada por el gran Lanfranc en el año 1070, se alza sobre el mismo lugar. Un templo convertido, fuera de los muros de Canterbury, fue otra cosa religiosa que Agustín dedicó a San Pedro y San Pablo. Después de su muerte, esta abadía fue conocida como la abadía de San Agustín. Con la ayuda del rey, la cristianización de Kent fue rápida. Gregorio había establecido que «todos los obispos de Inglaterra debían encomendarse a su Fraternidad». Los sobrevivientes de la antigua iglesia británica o céltica y sus obispos habían sido alejados hacia el oeste y hacia el sur, hasta Gales y Cornwall, obligados por los conquistadores sajones del siglo v. Allí persistieron como comunidades cristianas, apartados del mundo exterior. A pesar de que eran puros en cuanto a lo fundamental de la doctrina, algunos de sus usos discrepaban de los de Roma. Fue entonces cuando. en virtud de su jurisdicción arzobispal, Agustín invitó a los obispos celtas para que se reunieran con él en un lugar afuera de los confines del Wessex, que desde entonces ha venido llamándose Roble de Agustín. En el curso de largas conferencias con los representantes de la iglesia céltica, Agustín les instó para que siguieran las costumbres del resto de la cristiandad occidental, en particular en lo que hacía referencia al método para determinar la Pascua, así como les pidió que le ayudaran a convertir a los paganos. Sin embargo, la lealtad hacia sus propias costumbres establecidas y la amargura hacia sus conquistadores sajones dieron como resultado que no se pusieran de acuerdo, a pesar de que Agustín realizó un milagro de curación en presencia suya para demostrarles el origen sobrenatural de su autoridad. Consintieron en acudir a una segunda conferencia que tuvo lugar en Flintshire, pero también ésta fracasó. Agustín no se levantó para saludar a sus hermanos celtas cuando éstos llegaron, y pensaron que le faltaba la necesaria humildad cristiana. Se negaron también a escucharlo o a reconocerle como su arzobispo. No fue sino hasta el año 664, en el Sínodo de Whitby, cuando sus diferencias se resolvieron y se pudo establecer la uniformidad eclesiástica.
Los últimos años de Agustín se ocuparon en la tarea de extender y consolidar la fe en el reino de Etelberto, el cual comprendía grandes secciones del este de Inglaterra y del sur de Nortumbria. Se establecieron episcopados en Londres y Rochester, con Mellitus como obispo del primero y Justus del segundo. Siete años después de que llegara, murió Agustín, dejando que los demás continuaran su obra.
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