Si bien Guillermo el Conquistador, en el año 1066,1 privó a Inglaterra de su libertad y de muchas de sus posesiones, también fue responsable de llevar a Inglaterra, desde diversas partes de Europa, hombres eminentes que servirían al país como jefes de la Iglesia y del Estado. Entre los grandes hombres de iglesia estaban los dos arzobispos de Canterbury, Lanfranc y su sucesor San Anselmo. Este último nació hacia el año 1033, de padres nobles, en Aosta, en el norte de Italia. Bajo la influencia de su piadosa madre, Anselmo pidió, a los quince años, que le dejaran entrar en un monasterio, pero el abad, temiendo el disgusto del padre, se negó a aceptarlo. Así decepcionado, el joven perdió interés por la religión durante cierto tiempo y vivió la libre vida común a los jóvenes nobles. Nunca hubo ninguna simpatía entre él y su duro padre, cuya rudeza fue la causa principal de que él abandonara su hogar después de la muerte de su madre. Durante cierto tiempo estudió en Borgoña y luego atendió la escuela de Bec, en Normandía, que estaba bajo la dirección del renombrado Lanfranc.
Al ocurrir la muerte de su padre, Anselmo consultó con sus superiores acerca de si debía regresar a Italia y manejar la fortuna que había heredado o permanecer en Francia y entrar en la Iglesia. Lanfranc, temeroso de influir indebidamente sobre su joven discípulo y amigo, lo remitió a Maurillus, arzobispo de Ruán y, siguiendo el consejo de este eclesiástico, Anselmo, que entonces contaba veintisiete años, se hizo monje. Tres años después, cuando Lanfranc fue nombrado abad de San Esteban, cerca de Caen, Anselmo le sucedió como prior de Bec. Hubo ciertas críticas ante esta rapida promoción, pero pronto ganó la alianza de los demás monjes, incluyendo la de su más amargado rival. Era éste un joven indisciplinado llamado Osbern, a quien poco a poco Anselmo pudo persuadir para que llevara una vida más seria y al cual cuidó tiernamente durante su última enfermedad.
Siempre pensador independiente, Anselmo se convirtió también en el teólogo más versado de su generación, y como metafísico y místico sobrepasó a todos los escritores latinos cristianos habidos después de San Agustín. No contento con coleccionar y copiar los libros de los primeros Padres de la Iglesia, siguió una línea de razonamiento independiente. Sus predecesores, en su mayor parte, habían sustentado sin argumento el principio fundamental de que el Dios que amaban y adoraban tenía existencia verdadera. Aunque Anselmo nunca dudó, deseó no obstante satisfacer su mente mediante la prueba racional de que lo que ya creía era verdad. «No busco comprender para poder creer, sino que creo para poder comprender.» Mientras fue prior de Bec escribió su Monologium, en el que asentó todos aquellos argumentos lógicos que pudo hallar en los primeros escritos para demostrar que Dios es. Entonces, todavía insatisfecho, imaginó una prueba original y la explicó en su Proslogium. Para algunos de sus sucesores fue convincente; para otros, no, pero ésta y otras obras suyas dieron un estímulo enorme para el pensamiento y la argumentación frescos y lógicos en las escuelas teológicas de la época : el movimiento conocido como escolasticismo.
Tocante a la educación de los jóvenes, Anselmo mantuvo puntos de vista muy liberales. A un abad que se lamentaba del escaso éxito de sus esfuerzos le dijo : «Si plantases un árbol en tu jardín y lo confinaras de suerte que no pudiera extender sus ramas, ¿qué clase de árbol llegaría a ser cuando, al cabo de los años, le dejaras espacio para extenderse? ¿No sería inservible, con sus ramas torcidas y enredadas?... Pues así es como tratas a tus muchachos... constriñéndolos con temores y golpes y alejándolos del goce de la libertad.»
En 1708, después de haber servido como prior durante quincc años, Anselmo fue nombrado abad de Bec. El cargo incluía visitas a Inglaterra, en donde la abadía tenía grandes propiedades y en donde su viejo maestro Lanfranc, entonces arzobispo de Canterbury, mantenía los derechos de la Iglesia en contra del próspero y arrogante rev Guillermo I. Anselmo fue recibido en Inglaterra con honores, incluso por el propio rey. El monje inglés Eadmer, biógrafo de Anselmo, relata que él tenía una magnífica manera de dar instrucción, señalando con ilustraciones comunes de modo que aun el más lerdo podía
Anselmo aceptó una invitación para visitar Inglaterra en el año 1092 para aconsejar a Hugh, conde de Chester, acerca de un monasterio que se proponía edificar. Había dudado en ir, ya que corría el rumor de que él era quien debía suceder a Lanfranc, el cual había fallecido tres años antes. Los asuntos de Bec y el futuro monasterio le detuvieron en Inglaterra durante cinco meses. Mientras tanto el arzobispado de Canterbury se mantenía vacante por el rey Guillermo Rufus. Era costumbre de este monarca negarse a nombrar o dar permiso para elegir nuevos obispos, ya que así podía retener las rentas episcopales para él. En respuesta a las peticiones para un nombramiento de Canterbury juró que ni Anselmo ni ningún otro sería obispo de aquella sede mientras él viviera. Una gravísima enfermedad que lo llevó a las puertas de la muerte atemorizó a Rufus y le hizo cambiar de actitud. Cuando se restableció nombró a Anselmo arzobispo de Canterbury, promulgó una proclama contra diversos abusos y prometió que en el futuro gobernaría según la ley.
Anselmo no deseaba aceptar aquel honor y alegó que su salud no era buena, sus muchos arios y su poca disposición para manejar aquellos asuntos. Los obispos declararon que si él no aceptaba, todo lo que no iba bien en la Iglesia y en el Estado podría achacársele. En presencia de Guillermo le obligaron a tomar en sus manos el báculo pastoral y luego lo escoltaron hasta la iglesia, en donde cantaron un Te Deum solemne. Aun así Anselmo se negó a aceptar el cargo a menos de que en la disputa que entonces se había entablado entre Guillermo y el Papa Urbano II, éste fuera reconocido por aquél como el Papa legítimo y que prometiera, además, la devolución a la Iglesia de Canterbury de todas aquellas tierras que le habían sido arrebatadas desde los tiempos de Lanfranc. Al fin todas las cosas se arreglaron y Anselmo fue consagrado en Canterbury el 4 de diciembre de 1093.
Pero el corazón del rey Guillermo Rufus no había cambiado. Poco después de que el nuevo arzobispo de Canterbury se había instalado, el rey, maquinando arrebatar el ducado de Normandía a su hermano Roberto, comenzó a exigir a sus súbditos dinero y abastecimientos. No contentádose con el ofrecimiento de quinientos marcos que le hiciera Anselmo, suma muy elevada en aquellos tiempos, Guillermo, instigado por algunos cortesanos, exigió un millar como precio por el nombramiento episcopal. Naturalmente, Anselmo se negó a inclinarse ante una demanda tan extorsionadora. En vez de eso instó al rey para que ocupara los cargos vacíos de las abadías y sancionase las convocatorias de sínodos de la Iglesia para corregir abusos flagrantes entre el clero y los seglares. El rey replicó que sus abadías no le serían jamás arrebatadas de su corona y desde ese momento maquinó el mejor modo de desposeer a Anselmo de su cargo.
Tuvo éxito al lograr separar de la obediencia rendida a Canterbury cierto número de obispos, pero cuando pidió a sus barones que condenasen la conducta del arzobispo se enfrentó con una negativa rotunda por parte de ellos. El poco escrupuloso rey trató de obtener que el Papa Urbano II depusiera a Anselmo, mediante una promesa de tributo anual. El legado que llegó a Roma no sólo trajo la negativa a la demanda de Guillermo, sino también el pallium para Anselmo, lo cual hizo inconmovible la posición de este último. Pero convencido de que el rey estaba decidido a oprimir a la Iglesia a menos de que el clero donara sus tesoros, Anselmo pidió permiso para dejar el país y visitar la Santa Sede en busca de consejo. El permiso fue denegado en dos ocasiones y, finalmente, se le hizo saber que podía marchar si así lo deseaba, pero que, si lo hacía, sus rentas serían confiscadas y jamás se le permitiría regresar.
A pesar de ello, Anselmo, entonces de unos sesenta y tres años de edad, salió de Canterbury para el largo y azaroso viaje hasta Roma, en el mes de octubre del año 1097. Iba vestido de peregrino y acompañado por Eadmer y otro monje. En Roma, el Papa no solamente le aseguró su protección, sino que escribió al rey Guillermo pidiéndole que restableciera a Anselmo en todos sus derechos y posesiones. Mientras tanto, Anselmo había hallado un retiro pacífico y asoleado en un monasterio calabrés y allí permaneció hasta acabar su libro Cur Deus Horno o Por qué Dios se hizo hombre, en el que explica la sabiduría, justicia y necesidad de la Encarnación. Desesperado de poder lograr nada que valiese la pena en Canterbury y convencido de que podía servir mejor a Dios de otra manera, se dirigió entonces al Papa suplicándole que le retirase de su cargo. El Papa se negó, pero como, por el momento, le era imposible a Anselmo regresar a Inglaterra, le dio permiso para que permaneciera en el sur de Italia.
En 1098 se reunió un concilio en Bari, con el propósito de reconciliar las iglesias griega y romana. Urbano invitó a Anselmo para que estuviera presente en esta reunión. Los griegos, tal como se esperaba, trataron el asunto de la Procesión del Espíritu Santo 3 y se entabló una discusión amarga por ambas partes. Repentinamente el Papa exclamó : «Anselmo, nuestro padre y maestro, ¿dónde estás?» Anselmo se acercó en seguida al Papa y al día siguiente dijo un discurso convincente que puso fin a la disputa. Entonces el concilio procedió a denunciar al rey por simonía, por la persecución contra Anselmo, la opresión de la Iglesia y la depravación personal. El anatema fue evitado únicamente gracias a Anselmo, el cual persuadió al Papa para que se limitase a una amenaza de excomunión que debía hacerse contra Guillermo en un futuro sínodo en Roma, a menos que el rey se excusara. La ejecución de la setencia de excomunión fue pospuesta.
De regreso en Francia, Anselmo quedóse por algún tiempo en Lyon, en donde escribió su tratado Sobre el pecado original. A la muerte de Guillermo Rufus regresó a Inglaterra, y fue acogido por el nuevo rey Enrique I, así como por el pueblo. Pero nuevamente surgieron las dificultades cuando Enrique deseó que Anselmo recibiera de él una nueva investidura y realizara el usual acto de homenaje por su episcopado. Ya que el sínodo reciente había prohibido la investidura para los cargos de las catedrales v abadías, Anselmo no aceptó. El asunto fue llevado ante el Papa.
Mientras tato, por Inglaterra corría el rumor de qe el duque Roberto de Normandía estaba dispuesto a invadir la isla para disputar a su joven hermano el derecho a la corona. Muchos de los barones que habían jurado fidelidad a Enrique se unieron a Roberto cuando desembarcó con su ejército en Portsmouth. Ávido de obtener el apoyo de la Iglesia, Enrique hizo promesas generosas mientras Anselmo, por su parte, hacía todo lo posible para evitar la rebelión. No contento con abastecer con la propia cuota de hombres requerida al ejército de Enrique, denunció a los barones por su traición y finalmente logró la excomunión para Roberto por invasor, y de este modo le obligó a establecer negociaciones con el rey y abandonar Inglaterra. Enrique debió esta victoria a Anselmo, en una gran parte, pero no obstante, una vez pasado el peligro, renovó sus pretensiones de nombrar e investir los obispos ingleses. Anselmo se negó en seguida a consagrar aquellos obispos nombrados por el rev, a menos de que hubieran sido elegidos canónicamente. Las diferencias entre ellos se hicieron cada vez más amplias. Una vez más Anselmo se puso en viaje para presentar la querella ante el Papa, y el rey, por su parte, mandó una embajada para presentar su propio caso. El Papa Pascual II confirmó lo ordenado por su predecesor; al saber esto el rey mandó decir a Anselmo que le prohibía regresar mientras siguiera recalcitrante y le informaba al mismo tiempo de la confiscación de todas sus rentas. Después de que llegara a oídos del rey el rumor de que iba a ser excomulgado, se llevó a cabo en Normandía una reconciliación y Enrique devolvió a Anselmo las rentas de su episcopado. Más tarde, ya en Inglatena y en el año 1107, tuvo lugar un concilio real del clero y los barones en el cual el rey renunció formalmente al derecho de investidura de episcopados y abadías, mientras que Anselmo, con la aprobación del Papa, acordó que ningún hombre debía ser excluido de la consagración por haber rendido homenaje al rey, y que los obispos ingleses debían quedar libres de pagar homenaje por sus posesiones temporales. Enrique mantuvo este pacto y dio en considerar en tanta estima al arzobispo que al año siguiente lo nombró regente durante su ausencia en Francia.
Hacía tiempo que la salud de Anselmo flaqueaba. Murió al año siguiente, el de 1109, el viernes de la Semana Santa, en medio de sus monjes de Canterbury. Se dice que su cuerpo aun yace en la catedral de ese nombre en la capilla que ahora lleva el nombre de San Anselmo, en el lado sudoeste del altar mayor. Durante toda su vida mostró una simpatía y sinceridad que ganó eI afecto de las personas de toda condición. Fue uno de los primeros que se alzó públicamente en contra de la trata de esclavos : en 1102, en un concilio de la Iglesia, en la de San Pedro de Westminster, obtuvo que se aprobara una resolución contra la costumbre de vender hombres como si fueran ganado. En La divina comedia del Dante, este noble eclesiástico aparece como uno de los espíritus de luz y poder en la alta esfera del Sol. Por su saber y visión, Anselmo ha sido declarado doctor de la Iglesia.
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