Era un esclavo del Imperio romano. Su amo, un tal Carpóforo, viendo que el joven Calixto era de fiar, le puso al frente de la banca que tenía junto a las termas de Caracalla. Era demasiado bueno para andar con dinero, y tuvo diversos y gordos líos. Con todos estos incidentes se descubrió que era cristiano, y entonces lo llevaron a las minas de Cerdeña. De allí salió porque la esposa del emperador Cómodo convenció a su marido de que sacara a los cristianos de la cárcel, porque, al fin y al cabo, no hacían nada malo. Y entonces, Calixto, se acogió al indulto.
Calixto era un tipo bueno, agudo y emprendedor. Diez años estuvo en Roma moviéndose por todas partes. De forma que, cuando Calixto tenía ya 43 años, el papa Ceferino le cogió de secretario suyo.
Eran tiempos de persecución de cristianos. Pero, además, había muchos líos de tipo doctrinal que amenazaban con arruinar la fe cristiana. Aun así, le quedaba tiempo para construir unas catacumbas que ahora llevan su nombre: las catacumbas de san Calixto, en Roma.
Por fin murió el papa, y entonces le escogieron a Calixto. Tenía a la sazón 62 años. Fue tanto su prestigio que un grupo de paganos se metió un día en su casa, le echaron mano y por una ventana lo tiraron a un pozo. A los 67 años.
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