Ciriaco fue Obispo de Ancona sobre la mitad del siglo IV: su episcopado coincidió con el más dichoso afirmarse del Cristianismo en aquella región, después del apretón de la persecución y en el clima de la paz costantiniana.
Las noticias sobre la cuenta del Obispo de Ancona son casi todo legendarias, pero según la tradición la gloria de San Ciriaco sería empezada antes de su exaltación a la cátedra anconetana. En efecto el habría provisto a Santa Elena las indicaciones necesarias para localizar, sobre el Calvario, en el fondo de una cisterna, los restos de las tres cruces levantadas el viernes de la Pasión.
Más bien, según un antiguo historico, el nombre mismo de Ciriaco que en cambio es de origen griego y significa " señorial" derivaría de las palabras latinos quaerenda crux, es decir " búsqueda de la Cruz."
Con el hallazgo de la Cruz, el joven palestino se habría convertido al Cristianismo, y empujado por el fuego de la vocación apostólica se habría echado a predicar entre los connacionales . Su celo y los muchos éxitos lo obligaron a abandonar Palestina. Así el convertido de Jerusalén habría llegado, del mar, en la ciudad mirada por el Cònero.
A Ancona, Ciriaco fue Obispo cargado de méritos, y en su largo episcopado la fe cristiana cambió intensamente el rostro de la ciudad adriática y la vida de aquella población pacífica, activa y devota.
Siempre según la tradición, él habría vuelto, de viejo, a Jerusalén, romero en los lugares de su juventud y de la vida del Dios. Aquí, la espada de los verdugos de Juliano el apóstata habría interrumpido su viaje, haciéndolo renacerle a la Grazia dónde nació al mundo.
Sus reliquias volvieron a Ancona, y fueron puestas a lo seguro, sobre el Guasco, en el aéreo anillo del ancla formado por la ciudad acomodada entre mar y monte. Y aquí todavía descansan, en una urna de plata, bajo las veces de la bonita catedral que del Patrón de la ciudad ha tomado el nombre, también haciéndolo ilustre en el arte y en la historia.
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