Nació en Plasencia (Italia) en el 1290, murió no lejos de Noto (Sicilia) el año 1351.
Una partida de caza cambió la vida del noble Conrado y su mujer Eufrosina. Se encontraban persiguiendo a un jabalí cuando el animal se refugió en la espesura. Conrado prendió fuego para sacarlo, pero quiso la desgracia que se levantase un fuerte viento y que el incendió se propagase. Como hacía falta encontrar un culpable, echó mano de un pobre diablo que recogía leña y lo condenaron a muerte. No tardó en arrepentirse de su bajeza y corrió a denunciarse antes de que el inocente fuese ejecutado. Éste fue el primer gran favor que recibió de Dios. El segundo vino cuando tuvo que empeñar su fortuna en reparar los estragos del incendio. De esta forma, Eufrosina y él empezaron a vivir la santa pobreza. La última de las gracias inspiró a los esposos su separación a fin de abrazar cada uno por su lado el estado religioso.
Eufrosina entró en las clarisas de Plasencia, mientras que Conrado se hizo terciario franciscano y se retiró a vivir en soledad cerca de allí. Sin embargo, tuvo que escapar de los admiradores y marchó a Sicilia. Pasó los últimos treinta y seis años de su vida dedicado a cuidar enfermos en el hospital de Noto y, algo más tarde, entregado de nuevo a la vida eremítica. A su muerte, las ciudades de Noto e Hibla se disputaron sus reliquias. Venció la primera en este forcejeo.
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