No le tocaron tiempos buenos. Es verdad que Constantino había decretado el cierre de veda para matar cristianos. Pero su sucesor, Constancio, era un juguete de su mujer, Eusebia, y ésta estaba metida entre arrianos hasta el cuello.
Con los arrianos (negaban la divinidad de Cristo), se las entendía san Anastasio a bofetada limpia, y había gente que caía herida en medio de la contienda. Uno de ellos fue Eusebio.
Había nacido en Cerdeña, había sido lector de la Iglesia de Roma, y siendo obispo, juntaba la oración de un monje con los trabajos apostólicos de un buen pastor de Vcrcclli.
El año 355 se reunió el concilio de Milán. El emperador quería atraerse al arrianismo a todos los obispos presentes en el acto. Eusebio se negó en redondo y se le cayó el pelo; fue desterrado a los confines orientales del Imperio.
Allí se pasó 6 años de sufrimientos, en las cercanías del Cáucaso, en Capadocia y en Egipto. En medio de las torturas, se le vio siempre con el ánimo entero.
A la muerte de Constancio (367), los desterrados empezaron a volver a sus casas, y Eusebio pudo ir a su tierra, a que le dejaran morir en paz entre los suyos.
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