Este san Pontífice, que se sentó sobre la cátedra de S. Pietro por 9 años, ilustró la Iglesia con sabias disposiciones y con su santa vida, coronada por la palma del martirio.
Nació, Evaristo, en Grecia de padre hebreo. En su juventud frecuentó las principales escuelas de su docta patria, y a la cultura filosófica y literaria unió el estudio de la doctrina cristiana.
Se inscribió entre los catecúmenos, tuvo el santo bautismo e incluso se volvió en acérrimo apóstol de la fe, en un primer momento entre sus connacionales y en Roma, aquì llamado por el Papa Anacleto que de ello admiró las dotes no comúnes de ciencia y celo. A la muerte de Papa Anacleto, por el unánime consentimiento de los fieles, fue elegido a sucederle en el difícil y delicado ministerio.
Graves fueron las dificultades de su pontificado, devueltas más graves todavía de las furiosas persecuciones suscitadas por los emperadores de Roma. La Iglesia fue por tanto obligada en aquel tiempo a desarrollar sus actividades en la oscuridad de las Catacumbas. Allì se cumplieron las sagradas funciones, fueron otorgados los órdenes sagrados, y se cogieron disposiciones por las más urgentes necesidades.
No se puede dudar del celo incansable de Papa Evaristo, ni de su pastoral vigilancia, recordando cuánto el gran mártir Ignazio de Antioquía nos hace saber sobre la conducta de los fieles de Roma al tiempo de este digno sucesor de S. Pietro. Ellos en efecto fueron propuestos, por ejemplo, a las otras iglesias de la cristianidad, por la pureza de doctrina, por la ardiente caridad con que se quisieron, y por el heroico apego a la fe cristiana.
Muchísimas y relevantes son las obras acabadas en la Iglesia de este glorioso Pontífice: Es necesario recordar algunas de estas obras, porque dignas de mayor relieve.
Ante todo, la división de él hecha de la diócesis de Roma en Títulos o Parroquias, a cada uno de las que propuso un cardenal.
Luego la de haber propugnado la santificación de la boda, ordenando que fuera celebrada públicamente y que la bodas fueran bendecidas por el sacerdote: disposición que fue en fin abundantemente ilustrada por Leone XIII y Pio XI, que nos ha donado un nuevo precioso documento con la encíclica "Casti Connubii" del 29 de diciembre 1930.
S. Evaristo, durante su sabio gobierno de la Iglesia, otorgó tres veces los sagrados órdenes, consagrando a quince obispos, diecisiete sacerdotes y dos diáconos.
Santamente cerrò sus días, coronados por el glorioso martirio; qué padeció por orden de Trajano, en el año 121. Suyas sagradas desnudas fueron depuestas sobre la Colina Vaticano cerca de la tumba de S. Pietro.
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