En el siglo XI lnació en Vercelli, de nobles padres, un niño destinado por el Dios a fundar un numeroso orden religioso. A la pila bautismal tuvo el nombre de Guglielmo.
Todavìa niño quiso la soledad y empezó a entrenarse en cada práctica de piedad. A la edad de 14 años, empujado por el fervor, inició una romería. A pies, vestidos de una sola túnica y cinturón de cilicio, se fue a Campostela a España, al célebre santuario de S. Giacomo. El frío, el hambre, la lluvia, las privaciones y hasta el peligro de la vida no lograron desplazarlo de su santa empresa. También planeó un viaje a Palestina, al S. Sepulcro de Cristo, pero graves obstáculos no le permitieron de cumplir su deseo.
Pues, favoreciendo su tendencia a la vida religiosa y eremítica, subió sobre el Monte Solicchio. Aquì estuvo por dos años en continuo ruego, ayunando y durmiendo sobre la desnuda tierra.
Habiendo repuesto la vista a un ciego, se propagò la fama de su santidad, y un gran número de personas fue a encontrarlo. Pertubado así en su soledad, creyó hacer una romería a Jerusalén y muy feliz salió de viaje; pero Dios que tuvo sobre de él otros dibujos, le apareciò durante el viaje y le manifestó cuanto quiso de él.
Paradose en el reino de Nápoles, se escondió en una selva y recomenzó de nuevo su vida eremítica. Algunos leñadores yendo a hacer leña en las vecindades de su gruta, lo encontraron, y de vuelta a sus viviendas, habiendo contado maravillas de él, muchísimo se enteraron para verlo y para oírlo.
Importunado por aquellas visitas, fue en un lugar áspero y casi inaccesible, llamado Monte Virgo. También aquí fue de nuevo destapado y entre los visitadores también hubieron numerosos jóvenes, deseosos de hacer vida santa con él. Empujado por la necesidad, tuvo que pensar en dar hospitalización a muchos postulantes y se puso a tracciar líneas, a scavar fundamentos y a llevar el material.
Ayudado por los que quisieron seguirlo, levantó el monasterio de Monte Virgo. Aumentando cada vez más el número de los postulantes, les dio género de vida según los consejos evangélicos, con reglas llevadas en gran parte de las de S. Benedetto. Por tanto, con la palabra y con los ejemplos de una vida santa, atrajo a otros jóvenes, fundando nuevos monasterios.
Numerosos fueron los milagros obrados por èl. Por su intercesión los mudos hablaron, los ciegos vieron, los sordos sintieron y los enfermos que le recurrieron se vieron liberados por cada género de enfermedades.
También cambió el agua en vino y un día que una pérfida persona quiso intentarlo sobre la castidad, para vencer la tentación se fue desnudo sobre carbonos ardientes. Ruggero, rey de Nápoles, al oír las maravillas obradas a través de Guglielmo, concibió
una gran veneración por el San y le encomendó mismo, su familia y todo el reino a sus ruegos.
Después de haber predicho al rey y a otros el día de su muerte, y bendecidos a sus religiosos, se durmió en el Dios, ilustre por virtud y milagros, el 25 junio del año 1142.
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