Juan Bautista de la Salle, educador pionero, fundador del extendido Instituto de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, comúnmente llamados Hermanos Cristianos, nació en la ciudad catedralicia de Reims, en Francia, el 30 de abril de 1651. Sus padres eran gente de posición. El padre tenía un cargo en la judicatura. Desde su infancia, el niño dio pruebas de tan insólita piedad que fue destinado al sacerdocio. Recibió la tonsura a los once años, y a los dieciséis se hizo canónigo del cabildo catedralicio de Reims. Luego marchó al seminario de San Sulpicio para completar sus estudios. El joven canónigo, de aspecto agradable y con amor al estudio, parecía destinado para una magnífica carrera. Poco después de regresar a Reims se dio cuenta de lo que iba a ser la tarea de su vida, la educación de los pobres. Sería una lucha ardua y duradera, con muy pocas recompensas, pero indiscutiblemente comenzaría el movimiento que daría como resultado posterior la libre instrucción elemental.
El orden social durante el siglo xvii en Francia estaba aún enmarcado en moldes muy rígidos. La educación, con rarísimas excepciones, era exclusiva de los nobles y ricos y muy por encima de las aspiraciones de la gran masa del pueblo. Aquella tremenda ignorancia iba a ser la preocupación de Juan Bautista de la Salle. Desde el principio de su carrera se puso en contacto con los niños pobres. Su primer cargo fue el de director espiritual de las Hermanas del Santo Niño y del orfelinato que dirigían. Debido a ello trabó amistad con una mujer acaudalada, familiar de él, la cual le instó a fundar un refugio similar para niños huérfanos. Arien Nigel, maestro seglar, se unió a él, y pronto ese hogar escuela abría sus puertas. Tuvo tanto éxito que en seguida otra institución del mismo tipo se fundó en la diócesis. Entonces el Padre Juan vio claramente el camino que se ofrecía ante él : dedicar todas sus energías a la causa de la educación. Pero para educar era necesario ante todo conseguir maestros, y así su tarea inicial iba a ser la de preparar jóvenes maestros que enseñarían luego en aquellas escuelas. Invitó a cierto número a que fuera a vivir en su propia casa para que pudiera tener más tiempo para entrenarlos y aconsejarlos. Los hermanos se opusieron a que la casa fuera así invadida, y el Padre Juan tuvo que trasladarse con su grupo a otro lugar más apropiado.
Dado que únicamente una comunidad religiosa podía abastecer de modo permanente y continuo de maestros que sirvieran sin remuneración alguna, se formó un Instituto, hermandad de jóvenes maestros que se sintieran atraídos por aquel servicio. Los maestros novicios hacían los tres votos usuales, pero no tomaban las santas órdenes. Se añadía otro voto, el de que dedicarían sus vidas a la enseñanza de los pobres, especializándose como catequistas. Se estableció una regla en la que se asentaba que los hermanos debían ser seglares y que los sacerdotes no podían ser miembros.
El Padre Juan Bautista decidió en seguida renunciar a su canonjía para dedicar toda su atención al establecimiento de escuelas y al entrenamiento de maestros. Había heredado una fortuna considerable y podía haberla empleado para los fines que perseguía; pero, aconsejado por el santo sacerdote Padre Barre, de París, y después de suplicar la ayuda de Dios, decidió vender lo que tenía y enviar el dinero a los pobres de la provincia de Champaña, en donde el hambre hacía grandes estragos. Así, pues, su obra dependería, a partir de esa época, de la caridad de los demás, y su vida seguiría los moldes más ascéticos.
El Instituto se desarrolló rápidamente y poco después acudieron tantos jóvenes de quince a veinte años que se formó un noviciado para ellos. También, de diversas partes de Francia, los sacerdotes de las parroquias enviaban a los jóvenes más prometedores para que allí fueran educados y pudieran regresar a servir como maestros en sus propios pueblos. La que puede considerarse como la primera Escuela Normal funcionaba así y fue también la primera casa de novicios de la orden. Allí el Padre Juan Bautista escribió su Manual para las escuelas cristianas, en el que asentaba sus prácticas y originales ideas en materia educativa. A él debemos la separación de los alumnos en clases de acuerdo con su madurez mental. También introdujo el uso de la enseñanza en la lengua vernácula, es decir, en francés en lugar del latín. Sabía la importancia del aprendizaje visual y por ello empleaba el encerado todo lo posible. En el «curriculum» se incluían cursos de ética, literatura, física, filosofía y matemáticas.
Un movimiento como éste tenía forzosamente que hallar oposición, y muchos obstáculos y protestas surgieron por entonces. Las escuelas para niños pobres en París fueron atacadas por los jansenistas y por maestros y tutores seglares, quienes posiblemente sentían su propia posición amenazada, así como por otros que, en principio, no aprobaban la educación de las «clases bajas», de no ser el aprendizaje de ciertos oficios. Pero al cabo de algún tiempo se hizo evidente que las escuelas permanecerían y las persecuciones fueron cesando.
Aunque las escuelas habían sido originalmente fundada para huérfanos y niños pobres, tomaron un nuevo giro a petición del rey Jaime II de Inglaterra, que entonces estaba exilado, el cual urgió la fundación de un colegio para los hijos de sus partidarios, irlandeses en su mayoría, los cuales vivían en Francia. El Padre Juan abrió esta escuela para cincuenta jóvenes de noble familia. Más o menos por entonces comenzó una escuela para muchachos de familias artesanas. En ella la instrucción técnica se combinaba con ejercicios religiosos, y este tipo de escuela se hizo muy popular. También se fundaron escuelas para «muchachos descarriados», los que hoy día llamamos delincuentes juveniles. Así los esfuerzos se encaminaban a satisfacer las necesidades de todas clases y tipos de niños y adolescentes. Esta obra requería una visión y capacidad de adaptación realmente insólitas.
Los últimos años del Padre Juan Bautista transcurrieron en el Colegio de San Yon, en Ruán, adonde se había trasladado el noviciado en 1705, después de haber funcionado en París durante algunos años. En 1716 renunció a la dirección activa y al gobierno del Instituto y, desde entonces, no dio ninguna orden, viviendo como el más humilde de los hermanos, enseñando a los novicios y hermanos jóvenes. Para ellos escribió varios tratados, incluyendo un Método de oración mental. Gastado por la enfermedad y por las austeridades, falleció el Viernes Santo, 7 de abril de 1719, a los sesenta y siete años. Seis años después de su muerte, el Instituto de los Hermanos Cristianos fue reconocido por el Papa Benedicto XIII, y su regla quedó aprobada. El Padre Juan fue canonizado en 1900. A sus audaces esfuerzos debemos, en gran parte, la aceptación de la idea de la educación universal.
A pesar de dificultades internas, que principalmente concernían al grado de austeridad que debían observar los hermanos, las escuelas cundieron y florecieron hasta la Revolución Francesa. Durante ese período de persecución de los hermanos cristianos quedaron reducidos al número de veinte miembros activos. Sin embargo, cuando Napoleón I retiró la interdicción en 1799, la comunidad volvió a resurgir de modo notable. Durante el siglo xix, las escuelas se extendieron rápidamente; luego, de 1904 a 1908, hubo otro período de receso: 1.285 establecimientos fueron clausurados en Francia por decreto legislativo. Mientras tanto, los hermanos se habían establecido en otros países de Europa: Inglaterra, Irlanda, en Levante; ambas Américas, las Indias Occidentales y Australia. Su primera escuela en los Estados Unidos se fundó en 1846; hoy día la mayoría tiene categoría de colegio.
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