El Memorial de san Eulogio nos da noticias de estos dos santos cordobeses. Su autor la escribió en el 852, en la misma ciudad en donde Rodrigo y Salomón fueron martirizados quince años antes.
Rodrigo tenía dos hermanos, uno católico y otro musulmán, que continuamente discutían sobre religión. Un día en que habían llegado a las manos, Rodrigo los intentó separar, pero los dos se revolvieron furiosos contra él por no dejarles tener la última palabra y el último golpe. Recibió ración doble, porque cada uno de los contendientes le propinó todo lo que reservaba para el otro. Tan fuerte fue la paliza que creyeron haberlo matado. Por temor a la policía del califa, el católico puso tierra por medio. El musulmán colocó el cuerpo en una camilla y, con ayuda de unos amigos, lo paseó por toda Córdoba al grito de: « ¡Mirad a mi hermano bienamado, asesinado a causa del Profeta por un cristiano criminal!». Pero el muerto resucitó de repente y, cuando se restableció de sus heridas, se lanzó a las calles a proclamar que él nunca había sido musulmán y que amaba a Cristo por encima de todas las cosas. El cadí mandó prenderlo y llevarlo a prisión. Allí conoció a Salomón, acusado de hacer proselitismo, delito que la ley castigaba con la muerte. Llegaron a hacerse grandes amigos. Oraban juntos y se exhortaban mutuamente a tener fe y a ser valientes en el instante supremo. Fue en vano que el juez los separase, intentando hacer creer al uno que el otro había apostatado. Se burlaron de él y le aconsejaron que no se condenara por sus delitos y mentiras. Murieron decapitados el mismo día.
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