La familia italiana de Aquino descendía de los reyes lombardos y estaba emparentada con varias casas reales de Europa. Landolfo, padre de Tomás de Aquino, tenía los títulos de conde Aquino y señor de Loreto, Acerro y Belcastro; era sobrino del emperador Federico Barbarroja y estaba emparentado con la familia del rey Luis IX de Francia, cuya vida precede a la de Santo Tomás de Aquino en este libro. Su esposa, Teodora, condesa de Teano, descendía de los barones normandos que habían conquistado Sicilia unos doscientos años antes. El propio Tomás, cuando fue adulto, era hombre de estatura impresionante, corpulento y blanco de piel, y más parecía un nórdico que un italiano del sur. El lugar y fecha de su nacimiento no se sabe a ciencia cierta, pero se cree nació hacia 1226 en el castillo familiar de Roccasecca, cuyas ruinas son aún visibles en la cima de una montaña que se alza sobre el llano entre Roma y Nápoles. Fue el sexto hijo de la familia, y mientras aún era niño, su pequeña hermana, que dormía junto con su nodriza en la misma habitación que él, fue muerta cierta noche por un rayo. Esta horrible experiencia fue causa de que Tomás se volviera extremadamente nervioso durante las tempestades, toda su vida, y cuando había tormenta solía refugiarse dentro de las iglesias. Después de su muerte surgió una devoción popular hacia Santo Tomás como protección de los rayos y de la muerte repentina.
Pocas millas al sur de Roccasecca, sobre una alta meseta, se alza el más famoso de los monaterios italianos, Monte Casino,' cuyo abad en la época era un tío de Tomás. Cuando éste contaba unos nueve años fue enviado a Monte Casino, bajo el cuidado de su tutor, para ser educado en la escuela benedictina que estaba anexa al claustro. En años posteriores, cuando Tomás había alcanzado gran renombre, los monjes ancianos gustaban de recordar a aquel niño grave y estudioso que había hojeado sus manuscritos preguntándoles cosas que revelaban su viva inteligencia y su profunda inclinación religiosa. Tomás fue popular también con todos sus compañeros, si bien raras veces tomaba parte en sus juegos. Pasó cinco años felices en el monasterio de Monte Casino, y de vez en cuando regresaba a su hogar para ver a sus padres.
Siguiendo el consejo del abad, cuando cumplió los catorce años marchó a la Universidad de Nápoles para comenzar los siete años de estudios que por entonces prescribían todas las universidades europeas. Vivió con su tutor, quien continuaba supervisando su vida. Bajo la enseñanza del famoso maestro Pedro Martín, Tomás pasó el Trivium, lo que significaba tres años de enseñanza preliminar de lógica, retórica y gramática y que también incluía el estudio de la literatura latina y de la lógica de Aristóteles? A ello seguían los cuatro años del Quadrivium, que comprendía trabajos más adelantados en matemáticas, música, geometría y astronomía o astrología. Además de estos temas había también ciertos estudios de física que enseñaba el celebrado Pedro de Irlanda, así como extensas lecturas de filosofía. Era entonces costumbre en las clases que los alumnos resumiesen las lecturas que acababan de escuchar. Los compañeros de Tomás observaron que cuando le llegaba el turno, el resumen que daba solía ser más claro y mejor razonado de lo que fuera el discurso original.
Durante todo este tiempo, Tomás se sentía de más en más atraído por la joven orden dominicana, con su amor por el desarrollo intelectual. Asistía a su iglesia y se hizo amigo de varios frailes. Tomás confió su deseo de hacerse dominico al prior de la casa benedictina en Nápoles. Pero, teniendo en cuenta la casi segura oposición de su familia, el prior le aconsejó que pospusiera su vocación y esperase tres años antes de tomar una decisión. El transcurso del tiempo no hizo más que fortalecer la determinación de Tomás, y a principios del año 1244, a los diecinueve años de edad, fue recibido como novicio y vistió el hábito de los hermanos predicadores.
Pronto la noticia de la ceremonia, que tuvo lugar ante gran concurrencia, llegó hasta el castillo de Roccasecca. Los miembros de su familia quedaron indignados porque él, descendiente de tan noble familia, hubiera escogido una de las órdenes humildes mendicantes. Especialmente su madre esperaba que se convirtiera en un eclesiástico de alto rango, quizá abad de Monte Casino. Se clamó ante el Papa y ante el obispo de Nápoles, y la propia condesa Teodora se puso en camino de Nápoles para ver si lograba persuadir a su hijo a regresar. Los frailes se apresuraron a enviar a Tomás a su convento de Roma y luego lo mandaron ante el padre general de los dominicos, quien entonces se disponía a marchar hacia París. Entonces la condesa mandó avisar a sus otros hijos, los cuales se hallaban sirviendo al ejército en Toscana, rogándoles que detuviesen al fugitivo. Tomás fue detenido mientras descansaba a la vera del camino, y a viva fuerza se le hizo regresar. Fue confinado en el castillo de San Giovanni. Sus hermanas tenían permiso para visitarlo, y aunque intentaron hacerle desistir de su propósito no tardaron en ponerse de su lado y, en secreto, recibían libros para él que enviaban los frailes de Nápoles. Durante su cautiverio, Tomás estudió la Metafísica de Aristóteles, Las sentencias de Pedro Lombardo,3 y se aprendió de memoria largos trozos de la Biblia. Sus hermanos intentaron quebrar su resistencia introduciendo en su celda una mujer de mala vida. Tomás asió un tizón del brasero y se lo arrojó; luego, arrodillado, imploró a Dios que le concediese el don de la castidad perpetua. Sus primeros biógrafos cuentan que en seguida cayó en un sueño profundo durante el cual fue vistado por dos ángeles, los cuales le ciñeron la cintura con un cordón tan apretado que le hizo despertar. El propio Tomás no reveló esta visión hasta su lecho de muerte, cuando la describió a su viejo amigo y confesor el hermano Reginaldo, añadiendo que desde entonces nunca había vuelto a sentirse tentado por la carne.
Por fin, influida por los reproches que tanto el Papa como el emperador le hacían, su familia comenzó a ceder. Un grupo de dominicos se apresuraron a acudir, disfrazados, hasta la prisión de donde Tomás, ayudado por sus hermanas, fue descendiendo mediante una soga y llevado gozosamente a Nápoles. Al año siguiente hizo allí su profesión de fe ante el prior que le diera, años antes, el hábito de Santo Domingo. Poco después la poderosa familia de Aquino obtuvo el permiso del Papa Inocencio IV para que Tomás fuera nombrado abad de Monte Casino, sin que resignase su hábito dominicano. Cuando Tomás declinó ese honor, el Papa expresó su deseo de ele vario a la sede arzobispal de Nápoles, pero el joven hizo saber su clara determinación de negarse a aceptar cualquier cargo.
Entonces los dominicos decidieron enviar a Tomás a París para completar allí sus estudios bajo la dirección del gran maestro Alberto Magno' y se puso en camino, a pie, junto con el padre general, el cual nuevamente hacía ese viaje. llevando consigo únicamente sus breviarios y un hatillo se encaminaron hacia los Alpes, mediado el invierno, y llegaron primero a París y luego, según se cree, hasta Colonia, en donde Alberto daba clases. Entonces las escuelas estaban colmadas de jóvenes clérigos que acudían de todas partes de Europa ansiosos de aprender y discutir. El humilde y reservado recién llegado no fue apreciado de momento por sus maestros ni por sus compañeros de estudio. De hecho, su silencio en las disputas y su figura corpulenta le ganaron el mote de «mudo toro siciliano». Un compañero de clase, compadecido de su aparente necedad, se ofreció a explicarle las lecciones diarias y Tomás lo aceptó agradecido. Pero cuando llegaron ante un trozo difícil que interrumpió las explicaciones del presunto maestro, éste quedó asombrado al ver que el otro lo explicaba claramente. En cierta ocasión Alberto pidió a sus alumnos que dijeran sus puntos de vista acerca de un trozo oscuro del tratado místico llamado El libro de los nombres divinos, de un autor antiguo conocido como Dionisio el Areopagita. Alberto quedó maravillado ante la explicación de Tomás y al día siguiente decidió preguntar al joven en público. Cuando lo hubo hecho exclamó: «Hemos llamado a Tomás «el toro mudo», pero yo os digo que su voz se hará oír en todo el mundo.» Hizo que el joven tuviera una celda junto a la suya propia, paseara con él y pudiera profundizar en sus propios conocimientos. Entonces Tomás empezó su comentario de la Etica de Aristóteles.
El cabildo general decretó que Alberto marchara a París para tomar el grado de doctor y ocupar una cátedra en la Universidad, y también dispuso que Tomás le acompañara. Se pusieron en camino, a pie, como siempre; comían sentados junto al camino el alimento que obtenían de la caridad y dormían allí donde encontraban techo o bien bajo las estrellas. En el convento dominico de París, Tomás demostró ser un fraile ejemplar, excelente en humildad tanto como lo fuera en la enseñanza. Alberto atraía tal multitud a sus lecturas que debía llevarlas a cabo en las plazas públicas. Es casi seguro que Tomás siempre estaba presente. En París se hizo íntimo amigo de un estudiante franciscano, que más tarde el mundo llamaría San Buenaventura,5 el «Doctor Seráfico», mientras que Tomás sería llamado el «Doctor Angélico». Parecían complementarse uno a otro a la perfección. Buenaventura era mayor cuatro años, pero ambos estaban al mismo nivel de estudios y recibieron el grado de bachiller en Teología en el año 1248.
Ese mismo año Alberto regresó a Colonia acompañado por Tomás, el cual trabajaba bajo su dirección y, en tanto que bachiller, supervisaba el trabajo de los demás estudiantes, corrigiendo sus ensayos y leyendo con ellos. Tomás demostró un talento maravilloso para enseñar. Después de haber recibido las santas órdenes del arzobispo de Colonia, su fervor religioso se hizo más evidente. Uno de sus biógrafos escribe «Al consagrar la misa se apoderaba de él tan intensa devoción que rompía en lágrimas, absorto en aquellos misterios y nutrido con sus frutos.» Fue por entonces cuando empezó a celebrársele como predicador y sus sermones en el alemán vernáculo atrajeron enormes multitudes. Se ocupaba asimismo en escribir tratados y comentarios aristotélicos sobre las Escrituras. En el otoño del año 1252 Tomás regresó a París para estudiar su doctorado. Por el camino predicó en la corte de la duquesa de Brabante, la cual había pedido su consejo acerca del modo en que debería tratar a los judíos que había en sus dominios. Para ella escribió una disertación en la que alababa la tolerancia y sentido humano.
Por entonces en la mayoría de los centros universitarios los grados académicos sólo se conferían a aquellos hombres que pensaban dedicarse a la enseñanza. Para ser bachiller, un hombre debía estudiar por lo menos seis años y tener la edad de veintidós. Para ser maestro o doctor debía haber estudiado ocho años más y tener treinta y cinco años de edad. Pero cuando Tomás comenzó a enseñar en París en el año 1252 todavía no tenía veintiocho años.
La popularidad de las lecturas del joven dominico agudizaron una situación ya de por sí candente. El clero secular o no monástico que desde largo tiempo había proporcionado la gran mayoría de maestros, veía como rivales peligrosos a los jóvenes y populares frailes predicadores, los cuales no sólo eran elocuentes, sino también menos convencionales en sus métodos y más asequibles. Apelaron a Roma para lograr que se prohibiera la intrusión tanto de los franciscanos como de los dominicos en lo que ellos consideraban su coto reservado, y en 1254 Inocencio IV retiró su favor a las dos órdenes. Sin embargo, murió al poco tiempo y su sucesor, Alejandro IV, mostraba enorme simpatía por los frailes. La oposición a su admisión para los puestos de enseñanza en las universidades fue exacerbada por la publicación de un libelo : Sobre los peligros de estos últimos tiempos, escrito por Guillermo de SaintArmour, en el cual tanto las ideas como la organización de las órdenes mendicantes eran denunciadas. Roma requirió la comparecencia de representantes de ambas órdenes y Tomás fue escogido como uno de los delegados dominicos. Defendió su causa con tanto éxito que la decisión final les fue favorable. El Papa ordenó a las autoridades universitarias que admitieran a Tomás y a Buenaventura como maestros y con el grado de doctores en Teología, lo que sucedió en octubre de 1257, cuando Tomás contaba treinta y dos años de edad.
De 1259 a 1269 Tomás estuvo en Italia enseñando en la escuela para estudiantes selectos, adjunta a la corte papal, la que acompañaba al Papa en todos sus cambios residenciales. Como consecuencia enseñó y predicó en muchas ciudades italianas. En 1263 probablemente visitó Londres como representante de la provincia romana en el cabildo general de la orden dominicana. En 1269 pasó un año o dos en París. Durante aquella época, el rey Luis IX le tenía en tan gran aprecio que solía consultarle los asuntos más importantes del Estado.
La Universidad le turnó una pregunta sobre la cual los más viejos teólogos estaban divididos, a saber: si en el sacramento del altar los accidentes 6 quedaban realmente en la Hostia consagrada o solamente en apariencia. Después de orar con gran fervor, Tomás escribió su respuesta en forma de tratado, que aun existe, y lo dejó sobre el altar antes de darlo al público. Su decisión fue aceptada por la Universidad y después por toda la Iglesia. En ocasión de ello oímos hablar por primera vez de la aprobación del Señor a lo que había escrito. En una visión, el Salvador le dijo: «Tú has escrito bien acerca del sacramento de Mi cuerpo», en seguida de lo cual, se dice que Tomás cayó en éxtasis y quedó alzado en el aire tanto tiempo que muchos hermanos pudieron acudir y ver el espectáculo. Nuevamente, al finalizar su vida, cuando trabajaba en Salerno en la tercera parte de su gran tratado Contra los paganos (Summa Contra Gentiles), tratando de la Pasión y Resurrección de Cristo, un sacristán pudo verle cierta noche arrodillado ante el altar y oyó una voz que parecía llegar del crucifijo y que decía : «Tú has escrito bien de Mí, Tomás; ¿qué recompensa quieres?» A lo que Tomás replicó : «No otra que Tú, mi Señor.»
Después de su segundo período de enseñanza en París fue llamado a Roma y de allí enviáronle en 1272 a Nápoles, para que enseñara en la Universidad de aquella ciudad. El día de la fiesta de San Nicolás, al año siguiente,.al decir la misa en el convento, recibió una revelación que le sobrecogió tanto que nunca más quiso dictar o escribir. Dejó sin terminar su obra principal, la Summa Theologica. Al hermano Reginaldo, que le preguntaba ansiosamente acerca de ello, le contestó : «El fin de mi trabajo ha llegado. Todo lo que he escrito me parece una bagatela después de lo que me ha sido revelado.»
Ya se encontraba enfermo cuando recibió el encargo del Papa de asistir al concilio general de Lyon, que tenía por objeto la discusión de la reunión de las iglesias griega y latina. Debía llevar con él su tratado Contra los errores de los griegos. Por el camino empeoró tanto que tuvieron que llevarlo a la abadía cisterciense de Fossa Nuova, cerca de Terracina. Accediendo a las súplicas de los monjes comenzó a explicar el Cantar de los Cantares, pero no pudo acabar la interpretación. Confesó con el hermano Reginaldo, recibió el viático de manos del abad, repitió en alta voz su propio y hermoso himno Con toda mi alma Te adoro, escondida Divinidad, y en las primeras horas del día 7 de marzo de 1274 entregó su alma. Contaba solamente cuarenta y ocho años al morir. Aquel día su viejo maestro Alberto Magno, quien entonces se hallaba en Colonia, rompió a llorar súbitamente en medio de la comunidad, exclamando: «El hermano Tomás de Aquino, mi hijo en Cristo, la antorcha de la Iglesia, ha muerto... ¡Dios me Io ha revelado! »
Tomás fue canonizado por el Papa Juan XXII en Aviñón en el año 1323. En 1367 los dominicos obtuvieron su cuerpo y con gran pompa lo trasladaron a Toulouse, en donde aún reposa en la Iglesia de San Sernin. El Papa Pío V le confirió eltítulo de doctor de la Iglesia y León XIII, en 1880, le declaró patrón de todas las universidades, academias, colegios y escuelas católicos. Entre sus emblemas están : el toro, el cáliz, la paloma y la custodia.
De sus escritos, que llenan veinte volúmenes, no podemos hablar aquí con la debida extensión. Como filósofo, la gran contribución de Aquino fue el empleo de las obras de Aristóteles para levantar un sistema racional y ordenado de la doctrina cristiana, siendo su método de exposición científico y lúcido. En primer lugar colocaba el problema o pregunta en consideración; luego, uno por uno, serena y objetivamente, los argumentos en contra de su punto de vista, citando a menudo las autoridades en que se apoyaban. Entonces asentaba su propia posición con los argumentos que la apoyaban y, por último, una por una, las respuestas de sus oponentes. El tono general de sus argumentos era invariablemente juicioso y sereno. Para él la fe y la razón nunca podían ser contradictorias, pues ambas derivaban de la fuente de toda verdad, Dios, la Unidad absoluta. Los más importantes de sus libros fueron la Summa Theologica y la Summa Contra Gentiles, que fueron escritos entre 1265 y 1272. Juntos forman la más completa y exacta exposición del dogma católico que haya sido dado al mundo hasta ahora. En el primero trabajó durante cinco años y, como dijimos, no lo terminó. Casi en seguida fue aclamado como la mayor empresa intelectual de la época. Tres siglos más tarde, en el Concilio de Trento, esa obra fue una de las tres fuentes autorizados de la fe católica siendo las dos restantes la Biblia y los Decretales de los Papas.
Ningún otro teólogo, con excepción de Agustín, ha tenido más influencia sobre la Iglesia occidental que el «Doctor Angélico».
Su obra no estuvo confinada en el campo del dogma, apología y filosofía. Cuando el Papa Urbano IV decidió instituir la fiesta del Corpus Christi pidió a Tomás que compusiera un oficio litúrgico y una misa para la ocasión. Ambos son notables tanto por su precisión doctrinal como por la ternura del sentimiento. Dos de sus himnos, el Verbum Supernum (la palabra en las alturas) y Pange Lingua (Canta, lengua mía) son familiares a todos los católicos, ya que sus últimos versos son cantado regularmente en la Bendición, pero hay otros, especialmente el Lauda Sion (Alabad a Sión) y el Adoro Te Devote (Te adoro con devoción), que también son muy populares.
Tomás fue hombre de singular modestia. Cuando le preguntaron si nunca había sido tentado por el orgullo replicó: «No.» Si tales ideas le ocurrían, decía Tomás, de inmediato su sentido común las hacía huir al mostrarle su absurdo. Siempre estaba pronto para encontrar a los demás mejores que él y nunca se supo que perdiera su serenidad en la discusión ni que dijera algo desagradable. Cuando era todavía un joven fraile en París fue corregido equivocadamente por el corrector oficial mientras leía en alta voz el texto latino del día, en el refectorio. Aceptó la corrección y pronunció lo que sabía estava equivocado. Cuando luego le preguntaron por qué había consentido aquello, replicó : «Importa muy poco que una sílaba sea larga o corta, pero importa mucho practicar la humildad y la obediencia.»
Durante su estancia en Bolonia, un hermano laico que no le conocía le ordenó que se prestara a acompañarlo hasta la ciudad, en donde debía solventar algunos asuntos. El prior, a lo que parece, le había dicho que tomara como acompañante al primer hermano que hallara desocupado. Tomás estaba cojo, por entonces, y, aunque sabía perfectamente que el hermano estaba equivocado, le siguió en seguida y tuvo que aguantar ciertos reproches debidos a que caminaba muy despacio. Más tarde eI hermano descubrió su identidad y se apresuró a pedir disculpas abyectamente. Tomás le contestó sencillamente : «No te preocupes, querido hermano..., yo soy quien tiene la culpa... Sólo pienso que podía haberte sido más útil.» Cuando los demás le preguntaron por qué no había explicado en seguida quién era, les contestó : «La obediencia es la perfección en la vida religiosa, pues por ella el hombre se somete al hombre por amor a Dios, tal como Dios se hizo obediente a los hombres para salvarlos.»
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