Nació en Mayorga (León) en 1538 y murió en Saña Grande (Perú) en 1606.
Gran benefactor de los indios. Cuando Felipe II lo nombra arzobispo de Lima (1581), son abundantes los abusos contra los indígenas por parte de los encomenderos.
Su diócesis es tan grande como la mitad de la Península, pero realiza tres visitas pastorales a lo largo de su mandato. En la primera ocasión el viaje dura siete años. Aunque casi todos sus diocesanos estaban bautizados, prácticamente ninguno vivía cristianamente. Sus pastores daban mal ejemplo y sólo se preocupaban de mantener el sometimiento de los indios a los abusos de los encomenderos. El mérito de Toribio es grande: se preocupa de que los indios tomen conciencia de su dignidad de seres humanos; mueve a los sacerdotes para que los instruyan; construye iglesias y escuelas, y funda en Lima el primer seminario de Hispanoamérica. Además, debe luchar sin tregua contra las autoridades seculares, que lo persiguen todo lo que pueden. Pero tiene a su favor su carácter amable, paciente, hábil y valiente. Lo cierto es que transforma la situación en Perú de tal manera que ya no es posible volver al pasado.
Se comprende que necesite reposo después de veinticinco años de semejante labor. Cae enfermo en Saña y promete recompensar al primero que le asegure que no tiene curación. Y en efecto, hace un buen regalo a quien así se lo dice. Luego entona el salmo: Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi (Me complazco en las cosas que se me dijeron). Poco después muere.
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