Pocas leyendas de santos han sido tan estimadas como la de la virgen y mártir Inés. Se la tuvo en alto aprecio en la Iglesia Cristiana primitiva y su nombre ha quedado como símbolo de la pura doncellez, a través de los tiempos. Según la tradición, Inés era una muchacha cristiana de Roma, quizá de trece o catorce años, cuando Diocleciano dio principio a sus persecuciones. Como Santa Lucía, fue sentenciada por un juez a un burdel, pero un hombre que la miró con lujuria fue cegado súbitamente. Entonces fue sacada de allí para ser quemada, pero si murió así o por la espada es algo que no sabemos con certeza. Aunque no poseemos documentos contemporáneos de los hechos de su vida y martirio, hay pocos motivos para dudar de los trazos generales de la historia. Referencias a esta joven santa aparecen en muchos escritos de la Iglesia de fechas posteriores. San Ambrosio, San Dámaso y Prudencia alaban su pureza y heroísmo. Su nombre está en el Canon de la Misa. La cripta de Inés estaba en la Vía Nomentana y la lápida que cubría sus restos tenía grabadas las palabras Agua sanctissima (muy santo cordero). Se cree que en tiempos de Constantino el Grande fue construida en Roma una iglesia en honor suyo. En el ábside de esta basílica. reedificada durante el siglo vil por el Papa Honorio, aun puede verse el amplio y bello mosaico que representa a la santa. Santa Inés es la patrona de las jovencitas v su símbolo es, naturalmente, un cordero. En cada aniversario de su martirio el Papa, después de la misa pontifical en la iglesia que le está dedicada en Roma, bendice dos corderos cuya lana es tejida, más tarde, para confeccionar con ella la pallia que llevan los arzobispos.
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