Santa Juliana, fue una mujer destinada en novia a Eulogio, prefecto pagano de su ciudad, Nicomedia en Bitinia. Después de la bodas, en cambio, se negó firmemente al abrazo del novio idólatra. Para comprender mejor su gesto, hace falta pensar que en aquella época las niñas fueron casadas jóvenes, y a menudo tampoco no era solicitado su consentimiento. Es decir que la boda fue combinada por los parientes, a los que fue difícil rechazar un partido influyente, como estuvo en este caso al prefecto de Nicomedia. Juliana, Santa obediente, aceptó al novio impuestole.
Fue luego Santa amorosa, de amor sobrehumano, cuando puso su cuerpo como premio a la conversión del novio pagano. Pero el novio, superficial enamorado, temió demasiado la potencia del emperador. Rechazó de convertirse; más bien, asustado por la idea de una mujer cristiana, se valió de su autoridad de prefecto y mandó que fuera torturada, porque apostatara, es decir renegara su fe.
Juliana por fin fue Santa heroica, en los tormentos de la fe. Y heroica en su desesperada tentativa amorosa de abrir a la luz el alma del novio terrenal.
La del demonio es luego una historia diferente, integrada con devota fantasía en su leyenda.
Se cuenta, en efecto, que el tentador le apareció en cárcel, bajo forma de ángel, exhortándola a sacrificar a los dioses y a terminar sus largos tormentos. Con el auxilio del ruego, Juliana reconoció pero el demonio, y "entonces - cuenta la Leyenda - le ató las manos de detrás, y echándolo en tierra lo golpeó duramente con la cadena con la que fue atada, y el diablo así la rogó: “Virgen Juliana, tiene misericordia de mí"." Fue al suplicio liberándose tras el demonio en cadenas que suplicó: " Virgen mi Juliana, no hagas bromas de mí, que yo no podré, de aquí adelante, tener valor contra nadie."
Una historia ingenua, una delicada leyenda, que nos representa, con palabras de cuento, cuánto grandes era la virtud de Santa Juliana, niña de Nicomedia, decapitada hacia el 305, a los tiempos de la persecución de Diocleciano.
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