La historia tradicional de Santa Lucía cuenta que era de noble familia griega, nacida en Siracusa, Sicilia, y educada como cristiana por su madre Eutiquia. Aunque Lucía, al igual que Cecilia, quería dedicarse a Dios, Eutiquia dispuso su boda con un joven pagano. La madre, quien sufría hemorragias, fue persuadida a efectuar una peregrinación a Catania, para orar en la tumba de Santa Apta. Lucía acompañó a su madre, y sus oraciones para obtener la curación fueron escuchadas. Entonces Lucía hizo saber a Eutiquia su deseo de repartir lo que le correspondía de fortuna entre los pobres y de dedicarse al servicio de Dios. Eutiquia, en agradecimiento por su curación, dio su permiso. Esto enfureció tanto al joven con quien Lucía se había prometido a disgusto, que la denunció como cristiana al gobernador Paschius. En aquellos días culminaban las persecuciones ordenadas por el emperador Diocleciano, y cuando Lucía se mantuvo firme en su fe, fue sentenciada a ejercer la prostitución en un burdel_ Pero Dios la hizo inamovible y los soldados no lograron llevarla hasta aquel lugar de pecado. Entonces se intentó quemarla, pero el aceite hirviendo y la pez no tuvieron poder para dañarla ni tampoco para romper su fuerte espíritu. Finalmente se la hizo morir por la espada.
En Roma, durante el siglo vi, fue honrada entre las otras vírgenes y mártires y su nombre fue insertado en el Canon de la Misa. Existe una referencia a su santidad en una carta escrita por el Papa Gregorio el Grande. Durante la Edad Media fue invocada por las personas que sufrían dolencias de la vista, quizá debido a que el nombre Lucía deriva de la palabra latina «Lux», que significa luz. El primer escritor de la Iglesia que nos relata la historia de Santa Lucía y de sus Actos es el obispo inglés San Aldhelm de Sherborne, a fines del siglo vil. Las reliquias de esta Santa se veneran en Venecia y en Bourges, Francia. Santa Lucía es la patrona de Siracusa; sus emblemas son una cuerda y un par de ojos.
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