Rosa de Lima despierta nuestro interés de modo especial, ya que es la primera persona nacida en el continente occidental que ha sido canonizada por la Iglesia. Solamente hacía algo más de medio siglo que las tierras fabulosas del Perú habían sido descubiertas y conquistadas para España por el conquistador Francisco Pizarro. En 1533 este guerrero subyugó a la población nativa y estableció su capital en la ciudad interior del Cuzco, con sus extraños templos, palacios y fortalezas incas. Dos años después se trasladó el gobierno a Lima, ciudad sobre la costa que sería llamada la «ciudad de los reyes» debido a su magnificencia. Frailes dominicos y de otras órdenes estuvieron en la vanguardia de una gran migración desde España y Portugal que significaba un largo y azaroso viaje a través del Atlántico, atravesando el istmo de Panamá y bajando por la costa oeste de Sudamérica. El mayor anhelo era implantar el cristianismo en el nuevo imperio; mientras la población civil, europea y nativa, se ocupaba en las minas y en la producción de artículos de exportación, los frailes y sacerdotes llevaban una vida intensamente activa. Enseñazan, predicaban, aprendían las lenguas nativas y procuraban ganar el amor y la confianza de los indios y no tardarían en levantar iglesias, hospitales y escuelas.
La niña que llegaría a ser Santa Rosa de Lima nació el 20 de abril del año 1586; su padre era español y se llamaba Gaspar de Flores, v su madre, María de Olivia, tenía sangre inca. La niña, uno de los diez hijos de aquel matrimonio, fue bautizada con el nombre de Isabel, por una tía llamada Isabel de Herrara, que fue su madrina. La ceremonia se realizó en la casa, pues la niña era en extremo delicada. Unas semanas después la frágil niña fue llevada a la iglesia vecina de San Sebastián para que la bautizara el sacerdote don Antonio Polanco. Cuando el arzobispo Toribio de Lima la confirmó, su nombre fue cambiado por el de Rosa. Rosa tenía un rostro fresco y encantador y le preocupaba la idea de que ese nombre le hubiera sido dado a causa de su hermosura. Su conciencia era tan sensible que sentía verdaderos escrúpulos de llevar aquel nombre, y en cierta ocasión, después de oír a alguien aseverar que le sentaba a las mil maravillas, se frotó el rostro con pimienta para estropearlo. Otra vez puso cal en sus manos, y se produjo agudos dolores. Era ése su modo de luchar contra la tentación de la vanidad, modo condicionado por el lugar y la época. Esas crueldades que ella misma se imponía, como hemos visto en las vidas de otros santos, no han sido poco frecuentes, particularmente en aquéllos de fuerte inclinación mística.
Rosa parece haber tomado como modelo a Santa Catalina de Siena y, al igual que esta santa, experimentaba tan ardiente amor de Dios cuando se hallaba en presencia del Bendito Sacramento, que la exaltación se apoderaba de su alma. Pero Rosa no estaba desprovista de un sentido práctico. Su padre había gozado de cierta posición, pero perdió su dinero en las minas, y entonces el nivel económico de la familia llegó a ser muy bajo. Rosa ayudó a los suyos vendiendo sus finas labores de aguja y también se dedicó a plantar hermosas flores que luego vendía en el mercado. Fernando, uno de sus hermanos, mostraba gran simpatía y comprensión hacia su hermana, la cual era tan marcadamente diferente de los demás. Cuando se hizo mayor, sus padres deseaban verla casada y ya había varios aspirantes a su mano, dignos de consideración. Rosa no quería casarse, y para poner punto final a las discusiones y ofrecimientos se unió a la Orden Tercera de Santo Domingo, tomó el hábito e hizo voto de virginidad perpetua.
Durante muchos años Rosa vivió recluida. Había una pequeña cabaña en el jardín familiar que ella empleaba como oratorio. Solía llevar en su cabeza un aro de plata provisto de clavos en su interior, en memoria de la corona de espinas del Señor. Otras penitencias que infligía a su cuerpo eran la flagelación tres veces al día, el cilicio y el arrastrar por el jardín una pesada cruz de madera. Solía frotar sus labios con hiel y mascar hierbas amargas para matar el sentido del gusto. Comía y dormía lo mínimo posible. Naturalmente, su salud se quebrantó, pero las molestias físicas que resultaron de este régimen ?dolores de estómago, asma, reumatismo y fiebres?eran sufridas sin una queja. Este modo de vivir ofendía a su familia, la cual hubiera preferido que Rosa hubiera seguido un camino de santidad más convencional y aceptable. Finalmente. cuando Rosa comenzó a hablar de visiones, revelaciones, apariciones y voces, deploraron sus prácticas. Ella soportó la desaprobación familiar, y su valor espiritual se acrecentó.
A pesar de los rigores de su ascética vida, Rosa no estaba por completo apartada de los sucesos que se desarrollaban en torno suyo, y su dolor por los sufrimientos de los demás le hizo a menudo protestar contra algunas de las prácticas de los españoles. En el nuevo mundo, el descubrimiento de tan increíbles recursos minerales había hecho muy poco para enriquecer o ennoblecer las vidas de los peruanos nativos. El oro y la plata de este país de Eldorado se embarcaba para fortalecer el imperio y enriquecer los palacios y catedrales de la vieja España, pero en su origen había vicio, explotación y corrupción. Los nativos estaban subyugados y empobrecidos, a pesar de los esfuerzos de los misioneros para aliviar su miseria y poner freno a la clase gobernadora. Rosa estaba convencida de la maldad reinante y hablaba de ella audazmente. A veces trajo a su propia casa a personas enfermas y hambrientas para poder cuidar de ellas mejor. Durante quince años Rosa sufrió la desaprobación y persecución de los que estaban cerca de ella, y también varias pruebas de desolación de su alma. Al fin, un examen practicado por sacerdotes y médicos fue propuesto y una vez llevado a cabo acordaron que sus experiencias eran realmente sobrenaturales. Los últimos años de Rosa fueron pasados en el hogar de un oficial del gobierno, don Gonzalo de Massa. Al finalizar su vida sufrió una enfermedad durante la cual pudo rezar: «Señor, aumenta mis sufrimientos y con ellos aumenta en mi corazón el amor por ti.» Esta notable mujer murió el 25 de agosto de 1617, a los treinta y un años de edad.
Sólo después de su muerte se vio cuánto se había extendido su influencia benéfica y cuán profundamente la veneraba el pueblo humilde de Lima. Cuando su cuerpo fue llevado hacia la catedral, un llanto de duelo se elevó entre la multitud. Durante varios días fue imposible realizar el rito de la inhumación debido a la gran cantidad de gente que tristemente se arremolinaba en torno a su ataúd. Por fin descansó en el convento dominico de Lima. Luego, cuando curaciones y milagros fueron atribuidos a su intervención, el cuerpo fue trasladado a la iglesia de Santo Domingo. Aún reposa allí en la capilla especial. Rosa de Lima fue declarada Patrona de Sudamérica y de las Filipinas. Fue canonizada por el Papa Clemente en 1671 y el 30 de agosto fue señalado para celebrar su fiesta. Esta santa mujer es venerada en todos los países americanos de habla española. Los emblemas asociados con ella son un áncora, una corona de rosas y una ciudad.
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